Por Nissim Paz
Allá por el año 1937 mi familia vivía en la ciudad de Los Andes. Yo, de seis años, junto a mis hermanos León, de ocho años y Mayer de diez, deambulábamos
por la ciudad, principalmente por la plaza, buscando amigos y entretención. Mi hermano menor, Benjamín, era muy chico aún para ser incluido en el grupo. Los juegos eran el trompo, las bolitas, el emboque, la escondida, y el paco-ladrón.
De septiembre en adelante Los Andes era una ciudad muy calurosa. La plaza tenía dos grandes piletas, y a mi me encantaba asomarme al agua a admirar los pecesitos de colores que allí nadaban. Más de una vez fui a dar al fondo de una de ellas.
LOS COCHES VICTORIA
Alrededor de la plaza pasaban las victorias tradicionales de esa zona, antiguos carromatos desvencijados, usados para el transporte de pasajeros y para turismo. Muchas veces a estas victorias se subían los muchachos al pescante para disfrutar de un viaje gratis. (Mi padre nos tenía prohibido hacer eso). Los que si lo hacían se arriesgaban a un guascazo cuando los cocheros, alertados por nosotros, a la voz de “guasca atrás” se percataban que llevaban carga extra y usaban la guasca para liberarse de estos pasajeros. Muchas veces los alertábamos sólo para reírnos.
EL COMERCIO
Con el calor del verano, las tiendas cerraban de 12:00 a 17:00 horas para dar tiempo a que todos durmieran una buena siesta.
Mi padre era dueño de la tienda “La Paz” en la esquina de Esmeralda con Maipú. Esta tienda se especializaba en ofrecer retazos de tela al precio único de seis pesos treinta. Esta idea de ofrecer así la tela resultaba un éxito, ya que era usual que la ropa fuera confeccionada en las casas por cada madre de familia. Había un acuerdo con el teatro para exhibir en la puerta de la tienda un cartelón. Con el programa que se exhibiría ese día y en pago se ofrecían entradas gratis. Yo siempre aprovechaba esta oferta los días lunes con el “Lunes Popular” en que se exhibían dos películas más una serial que casi siempre era de cowboys con Buck Jones o Tom Mix y además la entrada era “con gancho”, o sea dos por uno. En esa época se estrenó con gran éxito “El Mago de Oz” con Judy Garland, película famosa por “el camino amarillo”y “la bruja”.
Vecina al teatro se encontraba la pastelería Los Andes que vendía los pasteles del día a 4 pesos y los del día anterior a sólo 3. Yo era asiduo cliente de los de a 3. Como bebidas ofrecían Aloja de Culén, Bidú (anterior a la Coca Cola) y Bilz. Los helados que se ofrecían eran Noel Smak cuya característica era que venían envueltos en papel y por lo general, por aprovechar hasta la última gota del helado, uno terminaba chupando el papel y quedando en la boca con el sabor de la tinta del envoltorio.
En la vereda, delante de la tienda “La Paz” había un puesto de diarios que ofrecía “El Diario Ilustrado”, “Los Andes, “La Hora” y “El Mercurio” y las revista “El Peneca”, “Fausto”, “Vea”, “Rosita”, “Ecrán”, “Eva” y “Topaze”. Los diarios de la tarde eran distribuidos por suplementeros que corrían por toda la ciudad y llegaron a ser expertos en carreras de media y larga distancia.
En la farmacia uno podía encontrar las pildoritas Ross, la Glostora, y el famoso jabón Flores de Pravia para embellecer la piel, y en los almacenes el jabón Gringo y el jabón Copito, que “saca la mancha y deja el hoyito”.
COMPONEDOR DE HUESOS
En la banda del Regimiento Andino Nº 2 de Los Andes había un personaje particularmente destacado, era el cabo Salazar. El tocaba los platillos en la banda, pero por lo que era más conocido era como componedor, no de música…. de huesos. Este personaje solucionaba los problemas de torceduras y zafaduras. La gente confiaba más en él que en los médicos. Muchas veces era visitado por gente hasta de otras ciudades para solucionar estos problemas. Mi abuelita Dora y mis tías de Santiago viajaban especialmente para recurrir a él.
HERMANAS CARMONA
Yo asistía a la famosa y tradicional escuela de las hermanas Carmona, Lastenia y Celia, en calle Manuel Rodríguez. Yo era desordenado, o sea que me castigaban, pero buscaba eso porque el castigo era ser encerrado en la bodega de la escuela y allí yo tenía oportunidad de elegir entre todo lo que estaba guardado sin ninguna restricción. Me hartaba de manzanas, plátanos, zanahorias, frutos secos, y quesos. Se me hacían cortos los cinco minutos que duraba el castigo.
En una oportunidad la señorita Lastenia preguntó: “¿Quienes aún no han hecho la Primera Comunión?” Yo, que nunca había oído de eso, levanté la mano, por lo que comenzaron a prepararme junto a los otros compañeros enseñándonos todos los ritos y rezos. Cuando llegó el día de los festejos me presenté en la iglesia y en medio de la ceremonia apareció mi papá, quien había sabido por mi hermano León de la situación y fue a la iglesia y me sacó de una oreja aclarando que los judíos no hacíamos la Primera Comunión. Posteriormente, tras una explicación mi papá y el cura se hicieron grandes amigos.
HERMANOS MARISTAS
Mi hermano Mayer estudiaba en otro colegio, el de los Hermanos Maristas, y era el guaripola de la banda que en los desfiles se lucía por toda la ciudad y me hacía sentir muy orgulloso de ser su hermano.
Un día me uní a mis amigos, todos mayores que yo, para salir de paseo, sin avisar a mi familia. Cuando llegó el atardecer y Nissimito no aparecía por ninguna parte, la familia pidió ayuda a sus vecinos para encontrar al niño, y éstos, a su vez, a sus vecinos. En resumen, todo Los Andes estaba preocupado por encontrar al hijo del turco de la tienda La Paz, que eramos conocidos. Cerca de las siete y media apareció el niño explicando que él no andaba perdido, él andaba de picnic en Curimón.
Novedad de aquellos años fue cuando los Najum compraron un nuevo local para su tienda en la calle Maipú.
NUEVOS DUEÑOS DE LA PAZ
Por aquellos años llegó de Europa la familia Reichbach que venía huyendo de la guerra con el ánimo de radicarse en Los Andes, ciudad famosa por la tranquilidad que se respiraba, y se decidieron por adquirir la tienda La Paz.
En esos días cayó una lluvia que duró dos días y reblandeció, y por último, derribó una muralla de adobe que dividía las propiedades de las familias Pirazolli y Paz en la calle Las Heras dejando ambas casas en lo que parecía un potrero. Esto causó que los niños de ambas familias se sintieran como dueños de un gran fundo disfrutando de la amplitud por donde podían jugar.
LECHE DE BURRA Y MOTEMEI
Por la calle Las Heras pasaban todos los días vendedores ofreciendo leche de burra y motemei con su típico grito “motemei, pelado al melo, calentito”.
LA POLITICA
En tiempos de elecciones presidenciales hacían campaña Pedro Aguirre Cerda, oriundo de Pocuro, Calle Larga, Los Andes, contra Gustavo Ross Santa María quien pretendía continuar con el gobierno de Alessandri Palma. Este candidato regaló insignias, guirnaldas y sus retratos especialmente a los niños y los instaba a ir con eso a la asamblea de Aguirre Cerda. Los niños inocentemente se encontraron en la asamblea de Aguirre Cerda en el sitio donde se construiría el Liceo de Los Andes portando propaganda del candidato opositor cumpliendo con la maniobra de Ross Santa María.
Se inauguraron por esos días los famosos restaurantes populares. Se podía comer gratis una y otra vez.
LAS BREVAS
Un día mis hermanos Mayer y León llegaron de la casa de los Droguett, en El Sauce, tardísimo y mi papá, que los pensaba castigar, los perdonó cuando vio que traían dos canastos llenos de brevas, de las que se dan riquísimas por esa zona. Comimos brevas por diez días .
O’HIGGINS Y SAN MARTIN
Para el 19 de septiembre, Día de las Fuerzas Armadas, el Regimiento Andino Nº 2 preparaba un gran desfile en la plaza de Los Andes y homenaje al Padre de la Patria, Bernardo O’Higgins. Asimismo, una delegación del Regimiento Zapadores de Mendoza planeaba un desfile y homenaje a su héroe patrio, José de San Martín, cuyo monumento también se encontraba en la plaza. Pasadas las celebraciones, después de los brillantes desfiles, los ruidos de los autos Cata, rugían por toda la plaza de armas haciendo imposible con sus ruidos insoportables homenajes con coronas de flores a ambos héroes. Se reunieron mi hermano León y sus amigos, analizaron la situación, y decidieron que el homenaje floral a San Martín era más bonito que el de O’Higgins y optaron por retirárselo y ponérselo a O’Higgins ya que era injusto que un extranjero fuera galardonado mejor que nuestro héroe patrio. Las autoridades chilenas no se percataron a tiempo de esta situación y por fortuna esto no llegó a producir un problema internacional.