Por: Juan Carlos Solari, Director Comercial en SAWA Incentive Marketing
Los últimos meses, la prensa nacional ha estado pendiente del proyecto de la reducción a 40 horas de la jornada de trabajo. Dicho proyecto pareciera estar enfocado exclusivamente en una mayor calidad de vida del trabajador, lo cual es beneficioso, por supuesto, pero no debemos obviar los impactos que su aplicación podría tener en el ecosistema productivo del país.
Los posibles impactos para algunas empresas, sobretodo Pymes, son muchos. Por ejemplo, un centro de atención de salud que funciona 24 horas al día, va a necesitar a más enfermeras para atender a los mismos pacientes, aumentando sus costos. Las empresas, a través de la aplicación de un modelo de negocios que logre satisfacer necesidades humanas exitosamente, entregan trabajo, salarios, impuestos e innovación, los cuales son centrales para el desarrollo de una sociedad. Impactar negativamente sobre la capacidad competitiva de las empresas, es impactar en las posibilidades de desarrollo de los habitantes de un país.
A este proyecto le hace falta una mirada integral de sus efectos en todas las dimensiones del entorno productivo del país, que radique en medidas paliativas sobre los efectos negativos que puedan producir, como son el aumento de costo laboral, junto a una aplicación gradual que permita a las empresas adaptarse al cambio. En cualquier caso, la productividad laboral ha sido tanto un argumento como una preocupación en la discusión.
La productividad laboral en Chile es la 2da mayor de América Latina después de Uruguay (The Conference Board, 2019). $29 USD/hora. Eso puede deberse, según Adolfo Fuentes del CEP, a mayor acceso a educación superior (9 años 1990 a 12 en 2017) y también en inversión e importación de tecnología. Sin embargo, estamos lejos de países desarrollados: nuestra productividad laboral alcanza sólo un 44% de la de EEUU. El diagnóstico está claro ya hace algunos años; Mckinsey (IRADE 2013) concluyó que las mayores brechas y donde las empresas pueden tomar medidas, están en la eficiencia operacional por la baja adopción prácticas avanzadas de gestión.
En países como Estados Unidos, iniciativas de Incentive Marketing son utilizadas por la gran mayoría de las empresas. Ya en 2015, 84% de las organizaciones de ese país utilizaban incentivos no monetarios, invirtiendo 90 mil millones de USD en 2015, es decir, aproximadamente 0,5% del PIB del país (Incentive Marketplace Estimate Research Study, 2016).
Los programas de Incentive Marketing son esfuerzos sistematizados que logran mejorar la productividad laboral al ayudar a alinear a una organización hacia los resultados que más aportan a la última línea, a partir de la motivación de las personas, lo que a su vez resulta entretenido y satisfactorio para los trabajadores.
Los refuerzos positivos sobre conductas deseables y resultados medibles, mediante incentivos no monetarios y reconocimientos de diversos tipos, junto a análisis iterativos de resultados y comunicación segmentada, personalizada y oportuna, son algunas de las prácticas que pueden adoptar en las compañías para que la satisfacción y calidad de vida de los colaboradores incida efectivamente en la productividad laboral. Es de esperar que estas prácticas avanzadas sean adquiridas progresivamente por las organizaciones chilenas para poder acortar la brecha que hoy tenemos con economías más desarrolladas.