Represión y vandalismo

Represión y vandalismo

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Por: Dr. Silvio Cuneo, académico Facultad de Derecho, U.Central

El ‘Jocker’, film con claras reminiscencias a ‘Taxi Driver’ y ‘Tu Ridi’, ofrece una interesante metáfora de una sociedad enfadada y una posible rebelión desorganizada que no sabe cómo responder a la opresión y a la desesperanza.

Ciudad Gótica parece ser una alegoría del Nueva York de los años 70, un momento crucial de un cambio de timón donde el abandono del estado social fue tristemente compensado con un brutal estado penal y policial. La represión y el encarcelamiento masivo fueron dos de sus más nefastas consecuencias.

En el Chile actual el descontento es generalizado: el alza de la luz, un alto desempleo y pensiones de hambre; en este contexto el alza del metro generó enormes movilizaciones y miles de jóvenes, en una protesta que en principio fue pacífica, decidieron evadir el pago del metro.

El escenario es claro. No hay que ser muy perspicaz para entender que, ante rabia acumulada, lo mejor y lo más barato es rebajar el precio del metro, o distribuirlo de manera que los ricos subsidien a los pobres (los pobres gastan cerca el 30% de su sueldo en pasajes mientras que los ricos el 1.4%). Para el gobierno, sin embargo, dar razón a los jóvenes evasores es señal de debilidad. La falacia de la pendiente resbaladiza les hizo pensar que tras la rebaja del pasaje podían venir a pedir pensiones y sueldos dignos, igualdad entre hombres y mujeres y así hasta el infinito.

Conocedores de que tienen la fuerza, la opción que les pareció más razonable fue militarizar el metro. Largas filas de ‘tortugas ninja’ vigilando las estaciones, que al final resulta mucho más costosa que la rebaja del pasaje. Como suele ocurrir, a la desproporcionada represión siguieron actos de vandalismo (primero hechos aislados, luego generalizados), y así, no sé bien si de manera improvisada o claramente intencionada, se fue apagando el fuego con bencina. Luego se aplicó la llamada ley de seguridad interior del estado, cuerpo legiferante que en esencia busca neutralizar y criminalizar disidencias políticas. Entonces el vandalismo fue en escalada y el gobierno entendió que sólo la destrucción masiva podría debilitar el gran apoyo ciudadano a la protesta social. El presidente, como si nada pasara, se fue a celebrar el cumpleaños de su nieto, mientras carabineros abandonó los puntos más conflictivos de Santiago permitiendo la destrucción. La complicidad omisiva por parte de las fuerzas de seguridad resulta indesmentible, sin descartar tampoco que, como otras veces hemos visto, se hayan infiltrado para destruir e incendiar. Todo esto fue difundido ampliamente y en tiempo
real por televisión y redes sociales.

Entonces el gobierno, amparándose en el decreto ley al que llamamos ‘Constitución’, declaró estado de emergencia restringiendo las libertades más básicas y dejando a los militares a cargo del orden público.

Más allá de desvaloraciones personales, conviene recordar que los militares no han sido preparados para velar por el orden público. Su formación tiene que ver con eventuales guerras y la decisión del gobierno, en este sentido, evidencia que la protesta social es su enemiga.

La situación actual es lamentable y la presencia militar en las calles nos recuerda inevitablemente los tiempos de dictadura. En este sentido, sin dejar de manifestarse y protestar en contra de las injusticias intolerables, el llamado a quienes lo hacen, especialmente a los más jóvenes, es que se cuiden y que sean conscientes de que las cosas pueden empeorar.

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