Por: Gonzalo Serrano del Pozo
Doctor en Historia
Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez
(Tomado de El Mercurio de Valparaíso)
El Archivo Nacional posee algunos documentos que pasaron al olvido por tratarse de proyectos fallidos o inconclusos, aunque no por ello menos interesantes. Entre estos casos encontramos el proyecto de tres hombres que quisieron hacer del Aconcagua, un río navegable.
El año 1838, tres particulares, Francisco Navarro, Lucas Verdugo y Rafael Barazante, vecinos de la ciudad de San Felipe, solicitaron a la municipalidad de esa ciudad una concesión por diez años para utilizar el río Aconcagua, también conocido en esa época como Chile, como un río navegable. Su idea era trasladar los frutos de la agricultura y productos minerales desde la ciudad de San Felipe hasta Concón y luego distribuirlas al resto del país. Asimismo se buscaba aprovechar este río como una puerta de entrada para que mercaderías que llegaban desde el extranjero al puerto de Valparaíso fueran distribuidas al centro de la provincia.
Los autores de esta propuesta, seguramente, estaban pensando en Estados Unidos y el desarrollo económico que se había llevado a cabo en ríos como el Mississipi. Aunque este río fue utilizado desde los aborígenes norteamericanos como un medio de transporte, su gran despegue ocurrió hacia 1811 cuando surgió el primer buque a vapor. Una nave que fue perfeccionada con el tiempo hasta llegar al modelo clásico con las calderas en la proa y grandes paletas propulsoras en la popa que todavía se pueden observar cursando las aguas de este río, aunque sólo con fines turísticos.
El proyecto traería, según sus autores, enormes riquezas para San Felipe y Los Andes, especialmente en un periodo en que los comerciantes se quejaban de la falta de mulas y de que el camino que unía a San Felipe con Santiago estaba en malas condiciones, siendo prácticamente intransitable durante ciertas épocas del año.
Navarro, Verdugo y Barazante se comprometían a mantener un tránsito permanente y un costo moderado en los traslados. Todo esto a cambio de una concesión exclusiva de la navegación por el plazo diez años. Sólo una exclusividad de este tipo les permitía asumir el costo que significaba canalizar el río para transformarlo en un cauce útil para las embarcaciones. El principal argumento a favor de su propuesta eran las ventajas positivas que traería a la provincia su utilización y por ello apelaban a la «inteligencia» del Gobernador de la época, Fernando Urízar Garfías, para que los ayudara en su iniciativa considerando que:
«Vuestra señoría, celoso siempre por el engrandecimiento de la nación y penetrado de las verdaderas causas que pueden conducirla a este estado, ha sabido justamente apreciar las grandes ventajas y poderosas influencias del comercio interior, removiendo en todo tiempo los obstáculos que lo embarazan, y acordando premios y estímulos que puedan servir de aliciente a los promovedores y empresarios».
A pesar de estos ruegos y del aparente interés del gobernador en apoyar la empresa, el fiscal interino de la Suprema Corte de Justicia desechó la propuesta el 28 de abril de 1838. Según su opinión, canalizar el Aconcagua era más complejo de lo que ellos pensaban, tal como puede leerse a continuación:
«El agua de este río es en corta cantidad y difundida en partes en una extensión de terreno que impide los usos que de ella se pretende hacer, y su curso es tan vacío e incierto, que adquiere en ciertas estaciones del año la impetuosidad de un torrente».
A pesar de esto, estaba de acuerdo con que si se acaudalaba correctamente, el río podía ser navegable. Sin embargo, le preocupaba de sobre manera que esta intervención pudiera perjudicar el tránsito de viajeros que estaban acostumbrados a cruzarlo a caballo o en pequeñas balsas. Asimismo, que este tránsito favoreciera el contrabando. Por último, consideraba que el tiempo de exclusividad solicitado era excesivo.
A partir de estas preocupaciones y nuevas condiciones sugeridas por el fiscal, entre las que se consideraba además saber cuánto pensaban cobrar por quintal o arroba de peso transportada, se entiende que, finalmente, el proyecto haya fracasado.
De esta forma se acabó el sueño de los socios y con él, quizás, la posibilidad de haber visto navegando por las aguas de este río los hermosos vapores norteamericanos que caracterizaron el sur de los Estados Unidos durante el siglo XIX.