Génesis 3,9-15 ; Efesios 1,3-6. 11-12 ; Lucas 1,26-38
Por: El Peregrino
Hoy es la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Fue el 8 de diciembre de 1854 cuando el Papa Pío IX, por medio de la Bula Ineffabilis Deus, proclama este dogma para toda la Iglesia. Es el punto de llegada de una amplia reflexión que venía de siglos atrás y que tuvo momentos de “apasionada dialéctica”, lo cual contribuyó a definir con mayor claridad este dogma que forma parte del “Misterio de María”. Afirmamos y celebramos que María, “en virtud de los méritos de Jesucristo Redentor”, fue preservada sin mancha del pecado original desde el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios.
La primera lectura de Génesis 3,9-15.20 es la exposición catequética y teológica de un autor llamado «yahvista» (la tesis más extendida), que se limita a poner por escrito toda la tradición religiosa de siglos, en ambientes culturales diversos, sobre la culpabilidad de la humanidad: Adán-Eva. Lo prohibido o lo vedado nos abruma, nos envuelve, nos fascina, nos empapa en libertad desmesurada, hasta que vemos que estamos con las manos vacías. Entonces empiezan las culpabilidades: la mujer, el ser débil frente al fuerte, como ha sucedido en casi todas las culturas, carga con más culpa por parte del varón, pero no por parte de Dios. Y por medio aparece el mito de la serpiente, como símbolo de una inteligencia superior a nosotros mismos, que no es divina, pero lo parece.
Es muy razonable que debamos desmitologizar muchas cosas del relato, pero eso no quiere decir que esté falto de sentido. Es verdad que hoy no podemos concebir que el «pecado original» consista en comer o no comer de un árbol prohibido. Pero el relato deja ciertas pistas que son elocuentes: el ser humano, instigado por la serpiente, quiere absolutizar su vida, quiere absolutizarse a sí mismo y apoderarse de lo creado como un ser divino, prescindiendo del Dios creador. A la vez, la «experiencia de alteridad» se muestra en que el otro es peor que yo; esto sí que explica muchos males en la historia de la humanidad. Así comienza un camino de despropósitos, sencillamente porque el ser humano, con su chispa divina en el corazón y en el alma, no es nada sin Dios. ¿Quién podrá devolver a la humanidad todo su sentido? Dios mismo, pero cuando la humanidad se abra profundamente a su creador.
La segunda lectura se toma del himno de Efesios. Los himnos del NT se cantaban como confesiones de fe, en alabanza al Dios salvador, que por Jesucristo se ha revelado a los hombres. Esta carta que se atribuye a Pablo, o a uno de sus discípulos mejor, ha recogido este himno en el que se nos presenta a Cristo ya desde los orígenes, antes incluso de la creación el mundo y con Cristo se tiene presente a toda la humanidad. Se alaba a Dios porque, en Cristo, nos ha elegido para ser santos y sin tacha (diríamos sin pecado) en el amor. Como santos nos parecemos a Dios, y por eso estamos llamados a vivir sin la culpabilidad y el miedo del pecado. Esto lo logra Dios en nosotros por el amor. Porque Dios nos ha destinado a ser sus hijos, no sus rivales.
El evangelio de la «Anunciación» es, sin duda, el reverso de la página del Génesis. Así lo han entendido muchos estudiosos de este relato maravilloso lleno de feminismo y cargado de símbolos. Aunque aparentemente no se usen los mismos términos, todo funciona en él para reivindicar la grandeza de lo débil, de la mujer. Para mostrar que Dios, que había creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, tiene que decir una palabra definitiva sobre ello. Es verdad que hay páginas en el mundo de la Biblia que están redactadas desde una cultura de superioridad del hombre sobre la mujer. Pero hay otras, como este evangelio, que dejan las cosas en su sitio. Cuando Dios quiere actuar de una forma nueva, extraordinaria e inaudita para arreglar este mundo que han manchado los poderosos, entonces es la mujer la que se abre a Dios y a la gracia. Todo en esta aldea es desconocido, el nombre, la existencia, e incluso el personaje de María. Es claro que, desde ahora, Nazaret es punto clave de la historia de la salvación de Dios. Es el comienzo, es verdad, no es final. Pero los comienzos son significativos. En el Génesis, los comienzos de la «historia» de la humanidad se manchan de orgullo y de miedo, de acusaciones y de despropósitos. Aquí, en los comienzos del misterio de la «encarnación», lo maternal es la respuesta a la gracia y abre el camino a la humanización de Dios. María presta su seno materno a Dios para engendrar una nueva humanidad desde la gracia y el amor. ¿Cómo? Entregando su ser humano a la voluntad de Dios. Querer decir más sería entrar en una elucubración de conceptos y afirmaciones «dogmáticas» que nos alejarían del sentido de nuestro relato.