Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
La vida, dice San Alberto Hurtado, nos ha sido dada para buscar a Dios. La muerte para encontrarlo. La eternidad para poseerlo.
Diariamente, Dios sale a nuestro encuentro en el prójimo, sobre todo en el prójimo que sufre, y es precisamente ahí donde espera nuestra entrega. Amando al hombre, a las personas concretas, participamos en el proyecto de Dios sobre el mundo y nos encontramos con Él. La vivencia del pasaje del capítulo 25 del Evangelio de Mateo (“tuve hambre y me disteis de comer, fui extranjero y me acogisteis, enfermo y me visitasteis, etc.”) es la piedra de toque de nuestro vivir cristiano. Si esto falla, falla todo. Si, en cambio, esta “asignatura” se aprueba, el “curso de la vida” queda globalmente aprobado.
El novelista francés Albert Camus recoge en su obra “Los justos” una leyenda que expresa perfectamente el dilema (oración-acción) del cristiano comprometido. Dimitri, personaje de la novela de Camus, tenía una cita con Dios en la soledad de la campiña y caminaba presuroso a su encuentro, pero tropezó en el camino con un campesino, cuyo carro se había hundido en un barrizal, y por ayudarle se detuvo largo tiempo. Cuando al fin llegó al lugar de la cita era ya tarde, demasiado tarde, Dios ya no estaba allí.
Creo, sin duda, que la leyenda del escritor francés ha tenido diversas interpretaciones. Unos la esgrimirán para afirmar el valor de la oración por encima del compromiso social. Camus piensa que la fidelidad a la humanidad está por encima de la “evasión”, dice él, que es la contemplación. Personalmente creo que en realidad Dimitri se encontró con Dios, porque la auténtica cita con Él estaba aquél día junto al hermano que sufría por tener el carro hundido en el barrizal.
Dios, estimados lectores, se hace siempre presente a través del hermano y a través de los acontecimientos de la historia. Lo importante es saber descubrir su rostro, escuchar su voz y descifrar su mensaje.
Al final de la historia, de nuestra historia global del mundo, seremos juzgados sobre el amor.
Ojalá en este mes de la solidaridad, descubramos y acariciemos el rostro misericordioso de Dios en tantos hermanos nuestros pobres y abandonados.