Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
“Señor, enséñanos orar,
a hablar con nuestro Padre Dios.
Señor, enséñanos a orar,
a abrir las manos ante Ti”.
La enfermedad más frecuente es la anemia espiritual, proveniente de una insuficiente alimentación de oración continua y de calidad. Los rezos y la misma oración litúrgica y la comunitaria pueden quedarse en un cuerpo sin alma si no van acompañados de la “oración de corazón” ; es decir, de una oración personal de íntima relación con el Señor, capaz de captar la afectividad profunda y de transformar la persona por dentro. El cristianismo es una religión de interioridad.
Nada vale una apariencia hermosa, si no es expresión del amor que brota del corazón. (Mt. 15,10-20; Lc.11,38-44). En la vida activa la oración personal debería ocupar el primer lugar. Es preciso pasar del rezo a la oración.Toda nuestra vida de oración está delimitada por: “Señor, enséñanos a orar” y “¿no habéis podido velar ni una hora conmigo?”
Apreciados lectores: me permito recordarles lo siguiente sobre la oración:
Orar es aprender a amar y dejarse realizar por el mismo Dios que actúa en nosotros.
Orar es tener las manos abiertas y suplicantes para que el Padre, por la gracia del Espíritu Santo, deposite en ellas al Hijo.
Orar es recibir en tu corazón al Verbo encarnado y escudriñar incansablemente el misterio de su persona viviente en nosotros.
Orar es saber que tienes un nombre propio para Dios y que ello supone una llamada a una amistad única, siempre fiel, en la cual es conveniente abandonarse.
Orar es entrar en ese intercambio de miradas que se dan entre las personas de la Santísima Trinidad y que florecen en la comunión del amor.
Orar es sentir que el Reino de Dios está cerca porque está dentro de tu corazón.
Quizá todo esto lo sabían; sólo he querido compartir con ustedes, mis amigos, lo que va en mi corazón y que trato de repasar continuamente consiguiendo la aprobación de esta “asignatura” que todos deseamos aprobar y que desgraciadamente, ponemos tantas trabas para que ello no sea efectivo.
Jesús es nuestro modelo de oración. Toda su fuerza apostólica brota de ese contacto íntimo y continuo con el Padre.
Él mismo afirmaba que nada decía que no lo hubiera antes escuchado del Padre en la contemplación (Jn. 14,24; 3,34; 8,26).
Lo que necesita el mundo de hoy son “testigos de la fe” que hablen más con su vida que con sus palabras.
La experiencia de Dios es la experiencia fundante de la vida cristiana porque es el llamado al seguimiento de Cristo.