Sentimientos

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Por: Alfonso Montt

Las nubes, poco a poco, van cubriendo el cielo. El norte está oscuro, densas nubes, parejas, avanzan rauda, el viento se deja intimar con las personas que en ese atardecer caminaban rápidamente, por las solitarias calle de la ciudad, los perros errantes, que andaban a esa hora, se apuraban en busca de un refugio, para guarecerse de lo que se venía en esa tarde de invierno.

Yo, me dirigía a la casa de mi amiga y señora, era mi sostén, siempre ella tenía para mí, un plato con comida. La noche se acercaba, el frío iba calándome los huesos y solo tenía que doblar la esquina, y desde ahí se podía ver el portal donde vivía mi señora y amiga.

Las primeras gotas se precipitaban sobre la calle. Los faroles habían sido encendidos, hace poco, y los claros y oscuros, daban formas diversas a los pies de cada farol. Un coche se sentía llegar, los cascos de los caballos golpeaban con fuerza el empedrado, llegando veloz, a toda carrera. Una vez en la equina, doblo perdiendo de vista a mis ojos, el sonido que dejaba era como música tétrica, su color negro como la noche, y el coche cerrado daba miedo.

En su interior él, se estremeció fue como un nefasto presagio, al doblar la esquina, vio parado donde su amiga, el carruaje, apuro el paso, al llegar a la puerta, esta estaba abierta de par en par, algunas personas entraban apuradas, él se quedo en el rincón de siempre, vio el plato vacío, tenía hambre su estómago sonaba, pero todo pasó a segundo plano, al mirar al interior de la casa, algunas personas lloraban, eso lo había visto hace muchos años, señoras que hablaban, en susurro, él se decidió a pasar, el pasillo era largo, había gente en el, a su paso, éstas se apegaban a la muralla, al final del pasillo, había una puerta abierta, daba a una pieza grande y en el medio, una cama, y sobre ella, su señora y amiga, colocando sus manos sobre la cama, un gemido salido de su boca, agachó su cabeza, sacó su lengua para lamer sus manos que estaban juntas de su amiga, una voz destemplada de mujer se sintió, José, saca a ese animal de aquí, un gruñido salió de el, se bajó lentamente, se fue alejando de su querida señora, cruzó la calle, y a los pies del farol se echó, mirando la puerta de su señora, no sentía frío como antes, ya no oiría su voz llamándolo, como lo hacia… negrito…. negrito…

La lluvia cayó como nunca, gruesos goterones mojaban su piel negra, esta brillaba por el agua que se deslizaba por su lomo, aullidos de tristeza, salían de su hocico, mientras la muerte cubría la noche y a él, algunos faroles se habían apagado por el viento reinante, el de el, se mantenía inmune, como queriendo acompañarlo en su dolor, aunque la llama se movía por el fuerte viento.

Al día siguiente, el cuerpo de un negro perro, se encontraba en la vereda del frente, había muerto por el frío de la noche…

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