Por: Antonio de Pedro Marquina
En el siglo XIX John Henry Newman, entonces diácono anglicano, posteriormente converso y luego Cardenal de la Iglesia católica, buceando en la tradición y la verdad evangélica, exponía a sus fieles, en Oxford, un resumen de la historia del hombre sobre la Tierra, con una frase lapidaria: “Antes de Cristo el hombre vivía en la sombra, y con Él vino la luz a los hombres de buena voluntad”. No se puede decir más con menos palabras.
Prescindir de las sagradas escrituras como de las tradiciones de nuestros antepasados es como instalarse, voluntariamente, en la ignorancia.
¡Como comprender esta reflexión de Newman! En los primeros tiempos, de sombra, la capacidad intelectual del hombre era limitada, por lo que Dios proveyó a su pueblo de profetas y leyes a su medida. Pero, cuando llegó la “plenitud de los tiempos” con la venida de Cristo les habló más claramente, por medio de parábolas, con ejemplos derivados de la pobre experiencia de aquellos tiempos, para hacerles comprensible, en cierto modo, la profundidad de su palabra. ¿Qué quiere decir “plenitud de los tiempos”? Parece que hace referencia a que el hombre había adquirido ya, en su evolución natural, un más alto nivel cultural con el descubrimiento de la escritura, que permitía que no solo fuese capaz de entenderle mejor, sino que ofrecía la posibilidad de que su palabra fuese también difundida a todos los hombres, de todos los tiempos y lugares.
La venida de Cristo en la plenitud de los tiempos, con su Vida, Pasión y Muerte de Cruz significa que, Dios mismo ha venido al mundo a liberar al hombre de la tara del pecado original que le tenía atado al espíritu del mal, al que conocemos como belcebú, demonio, diablo… En una palabra, los que creemos en Cristo hemos sido redimidos, los que no quieren creer, rechazan, voluntariamente, este privilegio de amor. “Nadie ama tanto como el que da la vida por sus hermanos, los hombres”. Eso ha hecho el unigénito del Padre, Jesucristo, con su holocausto en la Cruz, como Verdadero Dios y como Verdadero Hombre.
Cristo ha venido, nada más y nada menos que, a ofrecer al hombre, la Verdad y la Gracia de Dios para que, con plena libertad, pueda vencer, no sin esfuerzo y voluntad personal, el poder del demonio que, desde el pecado original lo tiene dominado. A pesar de todo, nunca podrá el hombre, en la debilidad actual de su naturaleza caída, corresponder adecuadamente a su infinita bondad y misericordia, pero, puede al menos intentarlo, reconociendo sus miserias, y pidiendo perdón por sus agravios personales. Lo contrario, es soberbia del hombre que vive instalado en su Torre de Marfil.
Sin la ayuda de Dios, le es imposible al hombre liberarse del poder y fuerza de sus instintos y pasiones terrenales para poder iniciar un camino de conversión, que le devuelva la grandeza de su pérdida dignidad personal, como hijo de Dios.