Por: Cristián Videla Santander, Psicólogo
Cuando el tiempo se va, se va y para siempre. No hay retorno.
Quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones que tienen que ver con esta sentencia del mundo cotidiano que nos obliga y demanda por sobre todo tiempo.
Hoy la realidad de muchas personas es que deben trabajar muchas horas, salir muy temprano por la mañana y llegar tarde a sus hogares. Con ello además deben llevar una vida con muchas complejidades como las dificultades económicas, las deudas, los sistemas laborales de estrés, relaciones humanas tensas, desconfianzas y un infinito de variables que pueden sumar ustedes. La vida común del día a día para muchos no es fácil.
La crisis de hoy es del tiempo. Los más optimistas hablan de que lo importante es “la calidad más que la cantidad”. Pero bien sabemos que ese argumento es para hacer menos evidente la angustia que nos provoca la no presencia.
Nada se puede consolidar ni construir, si no hay otro presente en cuerpo y alma. Necesitamos enfrentar la ausencia. Es vital.
Las angustias de hoy llevan el corolario del tiempo, pero además de sentido.
Nos enfermamos porque no tenemos el tiempo que quisiéramos para vivir y disfrutar. Nos enfermamos de pena y tristeza, porque “el ser humano necesita estar tiempo presente para nutrirse de todo aquello que el otro nos da y recíprocamente”. Es por eso que el bebe necesita de su mamá y los adultos necesitan conversar y verse. Es lo natural, son los fundamentos de la biología del amor.
Sobre lo recién presentado quisiera citar al potente y aclamado Filosofo Chino Byung-Chul Han quien plantea que “la crisis temporal contemporánea tiene que ver con la fugacidad de cada instante y la ausencia de un ritmo que dé sentido a la vida”
Estamos viviendo en disincronia.
Cada instante es igual al otro, la rutina diaria, la rapidez de las relaciones humanas, las exigencias del mercado material, las luces de la felicidad al instante, la farandulizacion de la cultura, la superficialidad de la comunicación digital y los hologramas de la vida, nos paralizaron y nos enfermaron.
El tiempo se escapa porque nada concluye, y todo, incluido uno mismo, se experimenta como efímero y fugaz.
Nos alejamos de la vivencia. Nos alejamos de los núcleos afectivos. Nos perdimos en los objetos materiales. Nos olvidamos de la esencia. Nos traicionamos de sentido.
Nos hemos olvidado de vivir. Vivir con sentido. El tiempo nos lo recuerda, el tiempo nos lo enrostra.
Para finalizar nos quedamos con estas interrogantes respecto al modo existencial y de vida que llevamos a propósito del tiempo. Es necesario detenerse y pensar en estas cuestiones. La pregunta por el sentido es fundamental. Es una interpelación necesaria en estos días.