TRADICIONES DEL CAMPO CHILENO: Los orígenes del Rodeo

TRADICIONES DEL CAMPO CHILENO: Los orígenes del Rodeo

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1790

Recaredo Santos Tornero publicó en 1872, durante una breve estadía en París, la novenosa obra «Chile Ilustrado», donde relata las tradiciones del campo chileno de esos años. He aquí una de ellas, los comienzos del rodeo, con la siguiente descripción:

Tiene por objeto descender de las llanuras i potreros de la costa, el ganado mayor que durante la estación de los fríos ha permanecido al abrigo de las invernadas de la cordillera, donde aquel no es tan intenso i donde el pasto no falta nunca. Esta operación es ejecutada a principios de primavera por los vaqueros de la hacienda, hombres singulares, leales, valientes, i dotados de una fuerza i resistencia sorprendente.

Vestidos de una chaqueta i pantalón de cuero, para resguardarse contra las espinas de los zarzales, cubiertas las cabezas de un enorme sombrero de lana de inmensas alas, armadas sus botas de espuelas gigantescas, i encajonados en la nube de pellones que cubre la silla de sus cabalgaduras, se internan en lo mas profundo de las tupidas gargantas de la cordillera.

Llegada a cierto punto determinado, la banda de vaqueros se dispersa i cada uno penetra hacia el paraje que le ha sido de antemano por el capataz jefe de la escursión.

Desde ese momento i durante varios días, los ecos de las montañas repiten los mujidos de los millares de animales que, sorprendidos en medio de la salvaje soledad en que han nacido, se resisten a obedecer una voluntad que desconocen. Aquí principian las hazañas del vaquero.

Sin más ayuda que su caballo i su perro, ni más arma que su fiel e implacable lazo, ejecuta prodijios de destreza i valor, persiguiendo a los toros salvajes que tratan de escapar a su terrible persecución. Apenas vé un toro se aparta del piño, dirije hacia él su caballo que, lijero como el rayo, salta las zanjas i los abismos i se desliza sobre el borde de los precipicios hasta que el lazo, arrojado por su amo, parte silvando i viene a enlazar las astas del toro. Entonces se detiene instantáneamente, entreabre sus piernas nerviosas i resiste a los furiosos esfuerzos de la bestia, sin que esta consiga arrastrarlo en su desesperado empuje.

Esta operación la repite el vaquero varias veces al día, siempre con el mismo éxito, i sin perder nunca la sangre fría i la intrepidez de que necesita. Por la noche enciende una gran fogata que indica a sus compañeros el lugar a que ha descendido arriando el enorme piño de ganado, toma una cena frugal compuesta de harina tostada que lleva en sus alforjas, i se acuesta sobre los pellones que constituyen su montura.

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