Vivimos en un mundo en que los valores matrimoniales y familiares son amenazados y heridos con frecuencia.
Por: Hno. Angel Gutiérrez Gonzalo
Les invito, apreciados lectores, a que en un clima de oración y reflexión procuren “redescubrir” los valores más propios y originales de la institución familiar y buscar la manera de fortalecer el matrimonio y la familia.
Iniciado el siglo XXI, los cristianos debemos aspirar a formar un nuevo modelo de familia que contribuya a gestar una nueva sociedad.
Personalmente creo que las características principales de este nuevo modelo de familia son las siguientes:
1ª Una familia corresponsable, es decir, una familia cuyos miembros sepan asumir en común la colaboración y la ejecución de las decisiones que afectan a su funcionamiento.
2ª Una familia, escuela de formación de la libertad, que propicie la aparición de convicciones en lugar de imponer consignas de arriba abajo en forma autoritaria.
3ª Una familia, una y plural a la vez, que no esté reñida con la diversidad de gustos, de estilos de vida y de opiniones de sus elementos integrantes. Una familia donde sus miembros sepan aceptarse mutuamente como diferentes para servirse como complementarios.
4ªUna familia abierta y comprometida con los temas que trascienden el ámbito del propio hogar. Una familia que sepa armonizar el amor entre sus miembros con el amor a los otros. De lo contrario, la familia no pasa de ser un “egoísmo compartido”.
5ªUna familia escuela de diálogo, que consiste en descubrir al otro, encontrarse con él, escucharle con ganas de aprender y hablarle con deseo de serle útil. El diálogo, hoy más que nunca, debe ser el soporte básico del amor conyugal y familiar.
6ªUna familia escuela de solidaridad. El mundo no acaba en las paredes de la casa. La familia, y sobre todo la familia cristiana, debe ser siempre un lugar para la acogida amistosa de aquellos que en momentos de apuro acudan a ella.
Para nosotros, creyentes, la familia es el ámbito donde recibimos la fe cristiana. El Concilio Vaticano II la llama “Iglesia doméstica” y en ella los padres deben ser para sus hijos los primeros educadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo.
Recuerden todas las familias lo siguiente: “El Señor sigue saliendo al encuentro de las familias, iluminándolas, fortaleciendo y redimiendo su amor, caminando junto a ellas, en un diálogo de tierna solicitud, que hay que descubrir en la fe y en la oración”.