UNAS LLAGAS SIEMPRE ABIERTAS

UNAS LLAGAS SIEMPRE ABIERTAS

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Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo

Seguramente que al escuchar el Evangelio de ayer, 23 de abril (Jn.20,19-31) correspondiente al segundo domingo de Pascua, más de alguno de nosotros envidiamos a los discípulos, que vieron a Jesús, y secretamente tal vez, envidiamos a Tomás que palpó las llagas de Jesús.

El cuerpo de Cristo, roto y entregado, ha querido conservar cinco llagas significativas. A través de las llagas creyó Tomás, y en las llagas descansan los amigos del Resucitado.

Pero las llagas de Jesús sabemos que se renuevan en cada tiempo y generación. Las llagas que hoy podemos palpar no son las llagas piadosas que pintan nuestros artistas, sino llagas terriblemente dolorosas que le infligen los verdugos de ahora. Recordemos algunas de ellas.

La llaga negra del racismo y de la xenofobia. Jesús extendió sus brazos para alcanzar a todos los hombres, derribando los muros que los separaban. La cruz de Cristo ha borrado todas las distancias y ha integrado todas las diferencias. Ya no hay diferencias entre blancos y negros, entre europeos y africanos. “Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Galatas 3,28). Después de Cristo, todo hombre es mi hermano.

La llaga sangrante del terrorismo y la violencia, de la enfermedad y el deterioro de la vida.Jesús murió para que tengamos vida. Jesús resucita para que vivamos en plenitud y seamos sembradores de vida. Pero seguimos crucificando a Cristo con nuestras violencias. En vez de vida sembramos muerte. Cristo nos pide, por sus llagas, entrañas de samaritano, para tener misericordia del caído, para acercarnos al marginado, proteger al desvalido y aportar vino y aceite al herido en el camino de la vida.

La llaga enorme del subdesarrollo. Contemplad la infinidad de llagas abiertas en los pueblos del tercer mundo: hambre y mortalidad, incultura y esclavitud, desempleo y pobreza, SIDA y droga… son heridas provocadas por nuestro egoísmo, nuestra injusticia y nuestra insolidaridad. Hay pobres porque hay ricos, hay hambrientos porque hay opulentos, hay esclavos porque hay tiranos. Jesús sigue siendo despojado y azotado, sigue gritando su sed y recibiendo heridas en todo su cuerpo.

La llaga necrosada de la ancianidad. Cristo murió joven, pero lo había dado todo. Miraba con ternura a los ancianos que fueron gastando su vida y vivían entre recuerdos y esperanzas. Nuestra sociedad no estima a los ancianos. Nos parece que ya no sirven para nada. Sus arrugas y achaques nos repelen. Y ellos mueren de soledad y de frío. Una llaga de Cristo, que se hace más grande en nuestros días.

Besamos, Jesús tus llagas. En ellas queremos meter nuestras manos vacilantes. Enciende nuestro amor, para que sepamos compartir el sufrimiento de tus llagas. Y danos generosidad y decisión para que podamos aliviar tus dolores y todas tus heridas.

Recuerden, amigos lectores, los ancianos nos esperan.

Jesús dijo a Tomás:

“Dichosos los que creen sin haber visto”.

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