Por: Dr. Denis Panozo Villarroel
La muerte es parte de la vida, para algunos es el término de todo, otros que tenemos otros valores y creencias estamos conscientes que es un momento donde nuestro espíritu pasa a otra instancia, abandonando nuestro cuerpo.
Todos estamos de acuerdo y no tenemos dudas que el derecho a la vida es un valor fundamental por lo cual tomar el rol de acelerar el término de ella aduciendo diferentes argumentos no es válido.
Pero esta afirmación no inválida el derecho que todos tenemos si nos enfrentamos con una enfermedad terminal, (es decir que no existe tratamiento que revierta la patología y teniendo la claridad que nuestra calidad de vida irá en franco deterioro hasta llegar al desenlace final) a no someterse a la tecnología actual que posee la medicina contemporánea, que no sólo alivia parcialmente los sufrimientos sino que nos prolonga artificialmente la agonía, que son los momentos que se entra en una vorágine de sensaciones dolorosas, molestas, angustiante y sin una luz de esperanza de volver a tener una calidad de vida aceptable.
Esta agonía es compartida por nuestras familias y seres queridos que padecen estos momentos con impotencia y desesperanza, al ser testigos del sufrimiento de su ser querido que se prolonga inútilmente.
Frente a esta disyuntiva tenemos el derecho a elegir de tener una muerte digna, es decir aceptar que llegó el momento de entregar nuestro cuerpo y dejar que nuestro espíritu se desprenda con tranquilidad y en paz y esperar el momento en nuestra casa, en nuestra cama y rodeados de nuestros seres queridos y no terminar en un hospital frió lleno de monitores, sondas, sueros, agujas y etc…etc. y sin el cariño de nuestros seres amados.
No seamos egoístas, por desear retenerlo unos momentos más, lo sometemos a padecer más sufrimientos. Tenemos que respetar ese paso que a todos nos espera, pienso y creo firmemente que todos deseamos esa instancia sea la menos dolorosa, tranquila y corta.