Por Evelyn Valladares Montserrat, estudiante de cuarto año de Sociología, Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez.
Ahora entiendo todo, ahora que tengo a mi segundo hijo, ahora que estoy más grande, más consciente, me doy cuenta del porqué tantas mamás tienen ese sentimiento de frustración o quizás, ese miedo de no cumplir, ese miedo a la frustración. Es un miedo que te paraliza, pero sabes que no puedes detenerte, porque hay un mundo afuera que sigue, que avanza… El tiempo no se detiene y una como mamá, no encuentra el momento para pensar. Es ahí donde se encuentra el trasfondo del asunto. ¿Cómo puedo analizarme, mirarme, meditar, hacerme consciente de mi mente y de mis emociones, de mis miedos y canalizar una solución, cuando afuera hay un mundo que vive en función de lo rápido o lento que hago las cosas? ¿Cómo puedo dedicarme tiempo si el mundo afuera me exige acciones, reacciones? ¿Cómo cumplo conmigo misma y, al mismo tiempo, con mi rol de madre?
En base a esto he dedicado este apartado.
El rol de madre está subestimado. En la sociedad la mujer debe cumplir ciertas características, que le son intrínsecas por el hecho de ser hembra, por el hecho de ser mujer: debemos preocuparnos indudablemente de la cría que hemos parido, porque la naturaleza es sabia y nos otorga ese instinto de madre, que solo nosotras, mujeres tenemos, porque es una característica del sexo femenino… Pero la sociedad también nos exige trabajar, nos exige estudiar, nos exige estar inmersas en el dinamismo del conocimiento, del consumismo. Nos exige seguir patrones que muchas veces no queremos seguir. Como cuando vemos un comercial en televisión, una piensa: ¿Cómo es posible que esa mujer, pueda limpiar la casa, tener a sus hijos presentables y estar bañada y maquillada? ¿Cómo es posible que nos vendan un prototipo de mujer, que en estricto rigor no podemos seguir?
Entonces desde aquí nacen los prejuicios: “mira cómo anda vestida esa señora, se nota que no es feliz, debe tener los tremendos cuernos”; “mira, ese niñito tiene los mocos colgando, qué mala madre tiene, no le dedica tiempo”; “uuf qué desordenada esta casa, qué hace mi amiga que no se preocupa del aseo, si no tiene que trabajar”… ¡Paren ya! ¿Quién les dio permiso para mirar con ojo crítico lo que no les tocó vivir?
Entonces, las mujeres entran en un trance de desesperación, de autoculpabilidad, de resentimiento, de depresión… Porque pensamos que lo correcto es dar en el gusto al que mira desde fuera, pensamos que es correcto que cada persona que emita un juicio, debemos cerrarle la boca, demostrándole que no es así, pero mujer, ¿quién te dice que eso es necesario?
Y me ha pasado, estaba en este mismo trance, cuando me dediqué a leer un libro, me dije a mi misma: “debo dedicarme tiempo”. Y comencé mi introspectiva, me di cuenta de que a quien debo dar en el gusto es a mí misma. Que cada vez que sentí que no tenía tiempo para analizarme, para hacer lo que me gustaba, culpaba a mi rol de madre, y a mi desdicha por no cumplir con los estereotipos que impone la sociedad sobre lo que “debo ser” por el hecho de ser mujer.
Me vi pensando en mi misma, miré y dije: “yo tengo que estudiar y tengo que trabajar, tengo dos hijos, a cada uno le dedico el tiempo que merecen, me preocupo de sus cosas, de su alimentación, de pasar tiempo de calidad con ellos, porque es parte de la crianza, me dedico a la casa, me dedico a mis cosas, entonces ¿por qué sigo sintiendo que nada es suficiente? ¿Por qué me sigo sintiendo culpable cuando quiero dedicarme tiempo, dedicar tiempo a lo que me gusta hacer, a leer, a estudiar, a querer pasar un rato agradable con amigos? ¿Por qué una mujer es tan cruel pidiendo un espacio cuando es mamá? ¿Acaso perdemos la esencia de mujer al convertirnos en madres?
Nos critican por tener que dejar a los niños al cuidado de otra persona que no seamos nosotros, pero si somos quienes nos quedamos en casa con ellos, nos critican porque no trabajamos y no ayudamos en la tarea de mantención económica del hogar. Entonces, ¿qué rayos debe una como mujer y madre hacer? Pues aquí pongo todas las cartas sobre la mesa y me arriesgo a decir, que si tanto nos exigen, tantas tareas que debemos manejar, es mejor simplemente no hacer nada… Sí, nada. Porque nada significaría en este análisis, no hacer lo que me impone la sociedad, no hacer lo que el que me critica y juzga quiere ver que yo haga, no hacer lo que se piensa que es lo correcto. Porque somos mujeres, somos todas muy distintas, porque mientras una siente que muere lentamente cuando está menstruando, hay otra que se llena de energía en esos días y termina todos sus quehaceres sin ningún problema. Entonces, ¿por qué nos etiquetan?
Debemos ser más humildes, debemos formar un mundo que proteja a las futuras mujeres, de la opresión del estereotipo, debemos enseñar, a hombres y mujeres que todos somos un mundo distinto y todos manejamos los temas y desarrollamos las actividades de forma distinta. Que no nos pueden etiquetar, que no nos metan a todos ni a todas en un mismo saco.
Porque no mujer, no está mal que un día quieras sentarte a leer un libro y decidir no bañar al niño o niña, porque lo hiciste ayer. Porque no está mal que un día quieras un tiempo libre para ti y lo encargues a tu persona de confianza. Porque no está mal que quieras priorizar tu carrera profesional y tus estudios, porque sabes que eso traerá recompensas que podrás disfrutar con tu familia. Porque no está mal que lo quieras poner en un jardín, o contratar a alguien en tu hogar para que te ayude con los quehaceres.
Porque la madre también es mujer, porque la mujer también es ser humano, porque no tenemos poderes sobrenaturales solo porque nos nace un “instinto de madre”. Porque merecemos descansar, porque merecemos analizarnos, mirarnos, dedicarnos tiempo. Porque una mujer feliz, es una madre satisfecha, y lo demuestra en su trato con los hijos y su visión del mundo exterior…